El uso de pantallas en la infancia es hoy parte del debate educativo.
¿Ayudan o interfieren en el aprendizaje? Conversamos con la psicopedagoga Karen Rudloff sobre su experiencia en aula y revisamos qué dice la evidencia científica para entender cómo equilibrar tecnología y aprendizaje real.
¿Cuánto ayudan (o dificultan) las pantallas en el aprendizaje?
Las pantallas se han convertido en compañeras cotidianas de niños, niñas y adolescentes. Pero cuando hablamos de aprendizaje profundo, la evidencia muestra un matiz importante: su impacto no siempre es positivo, especialmente en edades tempranas.
Desde su experiencia psicopedagógica, Karen Rudloff observa que los efectos de la exposición digital se relacionan más con lo conductual y lo emocional que con los procesos de aprendizaje propiamente tales:
“El uso de pantallas afecta la concentración, el sueño y las relaciones sociales. Los niños pueden perder contacto con el entorno real, y eso termina afectando también cómo aprenden.”
Según la American Academy of Pediatrics (2023), los niños menores de 5 años aprenden mejor mediante interacción humana directa. El diálogo y la comunicación cara a cara estimulan áreas cerebrales que las pantallas no logran activar, potenciando el desarrollo del lenguaje y las habilidades sociales.
La importancia de mirar, hablar y jugar
Durante la primera infancia, el aprendizaje ocurre en el encuentro con otros: mirar, responder, reír, tocar, explorar.
Como señala Karen, el desarrollo del lenguaje “se construye con otro, no frente a una pantalla”.
Esta interacción activa múltiples zonas cerebrales vinculadas a la comprensión y la memoria.
Investigaciones del National Institutes of Health (2022) respaldan esta mirada: los niños pequeños que pasan más de dos horas diarias frente a pantallas muestran menor desarrollo del lenguaje y de la atención sostenida.
La conclusión es clara: los niños aprenden mejor cuando alguien los mira, les habla y juega con ellos.
Lo concreto antes que lo digital
En la etapa escolar, los aprendizajes siguen un camino natural: de lo concreto a lo pictórico y finalmente a lo simbólico.
Las pantallas pueden complementar, pero no reemplazar, la exploración física que permite construir conceptos duraderos.
“El aprendizaje no ocurre por mirar, sino por experimentar. El niño necesita tocar, mover, ensayar y equivocarse para comprender”, explica Karen.
Por eso, materiales tangibles siguen siendo esenciales. Jugar con objetos reales estimula la atención, la motricidad y el pensamiento lógico de manera que una aplicación no puede replicar.
👉 Recursos como el Dominó Billetes y Monedas o el Kit Jugando a Restar permiten reforzar aprendizajes matemáticos de forma activa, fortaleciendo la comprensión antes de pasar al uso digital.
Adolescencia y pantallas: equilibrio y acompañamiento
En edades mayores, las pantallas pueden transformarse en una herramienta poderosa, si se usan con sentido pedagógico: investigar, crear, diseñar o aprender a programar.
Sin embargo, su uso sin regulación afecta el sueño, la autoestima y la percepción de la realidad.
La OMS (2023) recomienda limitar el tiempo recreativo frente a pantallas a una hora diaria para adolescentes y fomentar actividades presenciales que equilibren la exposición digital.
Más que prohibir, se trata de acompañar y establecer límites claros, promoviendo un uso consciente y reflexivo de la tecnología.
Un aprendizaje con raíces reales
Las pantallas pueden enseñar muchas cosas, pero no pueden reemplazar la experiencia humana.
El aprendizaje surge del contacto, de la curiosidad y del juego compartido.
Y en ese espacio, los materiales educativos tangibles siguen teniendo un valor irremplazable.
En Masterwise creemos que aprender con las manos, con el cuerpo y con emoción sigue siendo la base de todo aprendizaje duradero.
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